Al mirar la fachada derruida del Club de la Unión, a unos pocos días, desde que las llamas destruyeran gran parte de lo que queda del antiguo edificio, pienso en lo poco o nada que existe de identidad urbana, más bien de construcciones antiguas (neoclásicas) que forman parte de la creación primigenia de la ciudad, como un reflejo de lo que fue Curicó en siglos pasados. Al contrario, la ciudad ha ido mutando a una estructura semimoderna, sin respetar el patrimonio. Esto porque las autoridades anteriores nunca mostraron interés genuino por mantener algo de la identidad arquitectónica, promoviendo a los propios dueños de las propiedades la demolición para evitar el costo de la reconstrucción en caso de edificios dañados por los terremotos (1985 -2010). Está claro que el costo de reconstrucción es alto, pero debe haber una normativa que regule el tema del patrimonio  entre el Consejo de Monumentos Nacionales, la Municipalidad y los propietarios, donde existan recursos, puesto que sin ellos es imposible hacer algo.
La estructura física que da el valor a inmuebles como este, al del ex Banco BCI y al del ex Diario La Prensa que son parte de la “zona típica”, quedaron  destinados a la desaparición.  Es que  de patrimonio, Curicó no tiene casi nada y eso es antes del terremoto del 2010, mucho antes las autoridades de turno demostraron nulo interés por proteger las construcciones de fines del siglo 19, apoyando a los particulares a demoler sin ningún reparo en ello.
Esa tarde dominical en que el fuego ardía en fotografías que circulaban por las redes sociales, reconozco que mi asombro fue tremendo, parecía algo sacado de la ficción. Y aparecieron en mi mente tantas imágenes de situaciones donde claramente este lugar de la aristocracia curicana, discriminaba a quien no tenía dinero.  Porque hay que decir que si bien se va para siempre un añoso edificio del neoclasisismo, se va también un lugar donde se hizo palpable el eterno clasismo y arribismo curicano. El Club de la Unión desde sus inicios a fines del siglo XIX en  1886 fue un centro social elitista creado para que la sociedad más acomodada se divirtiera entre sus pares. Estaba prohibido el ingreso de personas que no fueran socias y que no pertenecieran a las familias más pudientes de la época, si bien esta situación fue cambiando al paso del tiempo, con una apertura hacia la sociedad en general, nunca se dio el acceso igualitario y democrático de este lugar que adornaba el centro en medio del jardín botánico más bello de Chile, como es la plaza de armas de Curicó.




Pilar González Langlois
Periodista

 
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