El Presidente Sebastián
Piñera ha entregado una nueva cuenta sobre la marcha de la nación, tradición
republicana que nos recuerda que la soberanía reside en el pueblo y en los
representantes que el pueblo elige a través de elecciones libres, secretas e
informadas. A esto le llamamos democracia representativa y es, sin duda, el
sistema de organización del Estado que mejor garantiza el respeto de las
libertades individuales y los derechos humanos.
Sin ánimo de entrar en
polémica e intentar explicar por qué nuestro primer mandatario omitió pedir
disculpas a la ciudadanía por los
errores estratégicos en el manejo de la pandemia o en la ausencia o lentitud de
ayudas sociales, prefiero quedarme con el llamado de fondo realizado por el presidente
a la unidad de los chilenos.
El llamado a la unidad
supone reconocer que estamos divididos, que tenemos miradas diferentes sobre
cómo enfrentar la actual crisis, pero también acerca de cómo organizarnos y
hasta donde debemos mantener el sistema neoliberal heredado de la dictadura y
si es posible o no incorporar cambios estructurales al modelo o derechamente
pasar a otro modelo de desarrollo, de carácter humanista, esto es centrado en
la persona humana, solidario, vale decir que se aparte de la mirada
individualista y entregue valor a lo comunitario y, además, más armónico con el
medio ambiente, evitando la explotación indiscriminada de nuestros recursos
naturales.
Reconocer que estamos
divididos no significa desconocer que el país logró grandes avances a lo largo
de los últimos 30 años, salimos del aislamiento internacional, se diversificó
nuestra matriz exportadora y la pobreza retrocedió, hasta antes del estallido
social y la pandemia, a menos de 10%, mientras el ingreso per cápita dio un
salto, en moneda comparable, desde los 2.494 dólares per cápita, en 1990, a casi 16.000 dólares en 2018.
El triunfo del NO en el
plebiscito de octubre de 1988 no trajo el caos anunciado y las elecciones
libres del año siguiente y el consiguiente retorno a la democracia dio inicio a
un ciclo virtuoso en materia de desarrollo económico y también social. El
Estado que se había reducido a su mínima expresión retomó su rol protector de
los más vulnerables.
Chile cambió, la
cobertura educacional llegó casi al 100%, se extendió la jornada escolar para
alcanzar estándares internacionales, los textos escolares pasaron a ser
comprados por el Ministerio de Educación, se eliminó el copago en la educación
pública, la cobertura pre escolar alcanzó un 50% y se consiguió la anhelada
gratuidad de la educación superior.
En lo deportivo,
conseguimos oro olímpico, tuvimos un número uno en el tenis y por primera vez
fuimos campeones de la Copa América de Fútbol. Compitiendo contra brasileños,
argentinos y uruguayos, varias veces campeones del mundo, fuimos dos veces los
mejores de América.
Pero nuestra historia reciente
esconde tristes realidades, el 20% de las familias concentra cerca del 80% de la
riqueza, el índice de Gini que mide la desigualdad, ubica a Chile como el
décimo país más desigual de América Latina, al mismo nivel que Venezuela y
Nicaragua; el nivel de endeudamiento de los hogares llega al 75% de los
ingresos; más de tres millones de chilenos se encuentran desempleados y el
promedio de las pensiones de vejez aprobadas en marzo pasado fue de $223.914,
que al mirarlas según género, reflejan una profunda discriminación respecto de
las mujeres, por su menor número de años de cotizaciones. En otras palabras, nuestros
adultos mayores están condenados y especialmente condenadas a jubilaciones indignas,
por debajo de un salario mínimo. De este Chile no podemos sentirnos orgullosos.
ES URGENTE UN NUEVO PACTO
SOCIAL, lo que supone un consenso sobre el modelo de desarrollo, un consenso
sobre el texto de nuestra Carta Fundamental y, lo más importante, recuperar la
confianza en el Estado de Derecho, en nuestras instituciones republicanas y, más
importante aún, la confianza entre los propios chilenos y chilenas.
De una nación que
reconoce sus quiebres, que se hace cargo de sus dolores y revierte sus
injusticias surgirá necesariamente una nación unida y una convivencia pacífica
que nos hará recuperar el orgullo de ser chilenos. Una nueva Constitución,
símbolo de la unidad, será el primer paso para reencontrarnos, la paz vendrá
por añadidura.
Gerardo
Muñoz Riquelme
ABOGADO
PUCV
MAGISTER
UAI