El Papa Francisco nos acaba de sorprender gratamente con una nueva encíclica llamada “FRATELLI TUTTI”, sobre la fraternidad y la amistad social, en cuyo texto nos exhorta a los seres humanos a recordar que somos todos hijos e hijas de un mismo DIOS y que de esta pandemia debemos salir todos juntos y mejores personas que antes. Está inspirada en San Francisco de Asís, quien se sentía hermano del sol, de la luna, del viento, pero mucho más unido a quienes eran de su propia carne, a sus semejantes.
La encíclica está dirigida a toda la humanidad, pero pensemos
en nuestro país, nuestro querido Chile. ¿Somos realmente hermanos todos los
hijos e hijas de esta tierra? ¿Nos sentimos hermanos con nuestros compatriotas
del altiplano nortino? ¿Nos sentimos hermanos y nos comportamos como tal con
nuestros compatriotas mapuche que habitan mayoritariamente en la zona que
llamamos Araucanía, en lugar de llamarla Región Mapuche? ¿Nos sentimos hermanos
las personas que habitamos en ciudades con quienes habitan en zonas rurales o
todavía les llamamos despectivamente huasos? ¿Nos sentimos hermanos al interior
de las ciudades, independientemente del barrio que habitamos o a veces se nos
sale la expresión “este lugar huele a roto”?
Nuestra joven
Nación todavía tiene mucho camino
por recorrer para llegar a ser una tierra de hermanos y el plebiscito del
próximo 25 de octubre representa una oportunidad histórica para avanzar en esa
dirección. Y entonces, ¿por qué seguimos divididos? ¿Es verdad que basta con
rechazar y luego reformar la Constitución del 80 o necesitamos derechamente APROBAR
una nueva Carta Fundamental?
Creo que el camino que nos lleva a la hermandad a la cual nos convoca el Santo
Padre parte por redactar una nueva constitución que sea símbolo de unidad de
todos los chilenos. Dicha Carta Fundamental debe surgir de un proceso
participativo, pacífico, dialogante y amoroso, donde quienes resulten electos y
electas constituyentes actúen bajo el mandato
de redactar un texto que tenga el firme propósito de unirnos e incluir a toda
la diversidad de personas como sujetos de derecho, como una verdadera nación de
hermanos.
Dejemos definitivamente en el olvido la Constitución redactada por la Junta Militar que gobernó de facto, entre septiembre de 1973 y marzo de 1990, y que nació sin legitimidad, tras aprobarse en un plebiscito realizado sin padrones electorales y con las libertades públicas suspendidas. Esa Constitución que, lamentablemente, siempre será símbolo de división ya no sirve más a nuestra nación.
Hagamos de Chile una Nación de hermanos, declarémoslo así en
la nueva Constitución y seamos padres de un nuevo Chile, más justo, más
solidario, más fraterno, más descentralizado, un país orgulloso y agradecido de
sus adultos mayores, un país que reconozca a los niños, niñas y adolescentes
como sujetos de derechos, un país que ponga en valor la diversidad cultural, un
país respetuoso del medio ambiente y de sus recursos naturales.
Esta fue la motivación mayoritaria de los jóvenes que salieron
a marchar por las calles de Chile hace casi justo un año, por lo que bien
podremos hablar de la Constitución de la Dignidad en homenaje y gratitud a
quienes dijeron BASTA DE ABUSOS.
Seamos una nación orgullosa de nuestros pueblos originarios y
por sobre todo una nación donde hombres y mujeres, de manera paritaria,
trabajamos día a día por brindar igualdad de oportunidades a nuestros hijos e
hijas, independientemente de la comuna en la cual han nacido. YO APRUEBO UNA
NACIÓN DE HERMANOS.
Gerardo Muñoz Riquelme
Abogado PUCV
Magíster en Políticas Públicas UAI