Desde que se instaló la necesidad social y política de contar con una nueva Carta Magna, las frases del buenismo y un encantador republicanismo se instalaron para conseguir una amplia mayoría en el plebiscito de entrada. Tales como “acá construiremos la casa de todos”, “la nueva Constitución será la carta de navegación por los próximos 40 o 50 años” y otros conceptos similares. Estrategia o buenas intenciones, por qué no verlo de esa manera, que dieron sendos dividendos electorales, un impresionante 78% en el plebiscito de entrada.
Así el proyecto constitucional se estableció con un amplio apoyo ciudadano, concurriendo a ello las diversas izquierdas (las más y las menos), el centro político, una buena tajada de la centro derecha y miles de independientes moderados que vieron una salida a la crisis y con esperanza esperarían la “construcción de la casa de todos” a la cual Chile, de norte a sur, se mudaría por los “próximos 50 años”. El pías celebró y a lo grande.
Al poco andar, o más bien desde la instalación de la Convención, Chile observó un actuar desprolijo, poco humilde y refundacionista. Las diversas interrupciones en el acto inaugural, los gritos, los machitunes, la polémica por el almuerzo, disfraces, guitarras, plurichile, enfermos que se sanaban, votos desde la ducha y un suma y sigue. A eso se le sumaba que día a día había que explicar novedosos y desconocidos artículos que eran totalmente ajenos al sentir, a la moderación y la tradición republicana chilena. Plurinacionalidad, asambleas por doquier, cámaras de la regiones decorativa, poder de veto de los pueblos indígenas, once sistemas de justicia, escaños reservados, reducción de juntas de vecinos, goce pero no propiedad sobre viviendas del Estado, indemnizaciones a precio justo y a plazo, un Consejo de la Justicia en vez de un Poder Judicial, territorios autónomos dentro de provincias autónomas y regiones autónomas, derecho a voto de los delincuentes, fin del estado de emergencia, creación de policías civiles y privilegios para algunos según etnia entre otros tantos artículos que día a día había que explicar, interpretar, aclarar, causando confusión.
Así transcurrieron los días, semanas y meses. Y contra todo pronóstico ese sólido 78% de cívico entusiasmo nacional, se redujo a un poco más o menos un 35%, según la encuesta que se mire.
Hoy la situación es compleja. Si bien va ganando, según las encuestas, el Rechazo por sobre el Apruebo, esto solo en términos nominales, pues lo que realmente va liderando es un enorme ánimo de reformar, ya sea la Constitución vigente o el borrador.
Quieran o no, ya sean los más
fanáticos de la Convención o los más hinchas del statu quo, el verbo reformar
va ganando y por paliza.
Por quienes aprueban se han comprometido a reformar el texto, al día siguiente del plebiscito, los socialistas (PS y PPD), algunos convencionales y hasta el propio presidente Boric, quien nos informó por cadena nacional su ánimo de mejorar el texto a contar del 5 de septiembre.
Por quienes rechazan, la derecha, centro derecha, más un importante caudal de centro izquierdistas (Amarillos, ex PS, ex PPD, ex DC, varios DC, ex ministros de la Concertación) y hasta el propio expresidente Lagos, quien la dejó boteando en el área, se han comprometido con el cambio a la actual Constitución, cambio que ya comenzó de manera unánime en el Congreso Nacional.
Y es así como, sin darnos cuenta, la Constitución que pretendía durar 50 años, de aprobarse solo duraría un día, pues como dijo el presidente, con martillo y serrucho las remodelaciones comienzan al día siguiente del plebiscito. Evidenciando que la casa quedó chica, con múltiples defectos, no se pensó para todos y hay que “entrar a picar” para agrandarla.
En suma, existen dos grandes consensos nacionales innegables: El borrador es jurídicamente deficiente, dicho y reconocidos por los del rechazo y la gran mayoría de los que van por el apruebo. Y segundo, gane quien gane, hay que reformar el texto (borrador o el vigente).
A todas luces, y por el devenir de los actores y actrices políticos, este proceso constituyente ha fracasado en sus dos promesas fundamentales, el de ser ampliamente acogedor y, a su vez, ser longevo. Chile merece una mejor, una más amplia y más fraterna Constitución. De eso no hay duda.
Y esta nueva oportunidad debe nacer desde cero, primeramente, bajando los quorum de reforma de la actual Constitución y a contar de ello convocar a un nuevo proceso, que nos lleve a una nueva y mejor Constitución. Ello se consigue no aprobando el borrador que la inmensa mayoría de Chile considera deficiente. Optar por aprobar el borrador, es partir de un proceso cojo, mal diseñado y que por cierto está protegido por gruesos candados, donde unos pocos tienen las llaves. Parafraseando en parte a un analista político, aprobar el deficiente borrador constitucional, es como “subirse a un avión con un motor bueno y otro malo, pero con la promesa que se empezará a arreglar después del primer vuelo”.
Francisco Sanz Abad
Concejal por Curicó